Tomates Lis explota entre Mutxamel y San Vicente del Raspeig una instalación pionera para su producción agrícola: doce hectáreas de un novedoso sistema de invernaderos de vidrio.

Una empresa familiar que hunde sus raíces en Burriana y Xirivella, fundada para la consignación de buques y para la exportación de cítricos, que cruza el mapa de la Comunitat para encontrar al sur, en la provincia de Alicante, el enclave perfecto por sus condiciones ambientales (altitud precisa, idónea sequedad ambiente, cercanía del mar que asegura una rica fuente de ventilación) para desarrollar un innovador sistema para el cultivo de tomates, en su variedad cherry: en estas líneas se resume la singularidad del proyecto que abandera Tomates Lis S.L, una compañía de origen familiar que ha puesto entre Mutxamel y San Vicente la primera piedra de un futuro mar de cristal: doce hectáreas de invernaderos de vidrio, una tecnología rarísima de ver en España, única en suelo alicantino y valenciano con esta magnitud.

Un modelo de producción que apunta al futuro, al empleo de una tecnología inteligente y sostenible, que genere su propia energía, y además alumbre un producto delicatessen de alto valor añadido. Sus tomatitos. «Son una joya. Como comer bombones.»

Con estas palabras presentan a sus criaturas los primos Elena y Rafael Lis, tercera generación de aquel proyecto que levantaron sus abuelos y desarrollaron sus padres. Una iniciativa «singular» que nace de una pretensión fundamental: cultivar una variedad de tomate «que tenga sabor». Una pretensión «muy sutil », como matiza Rafael, que aspira a una ambición superior: que sus productos sean también «sanos», es decir, que se elimine al máximo la presencia de pesticidas y fertilizantes. Un proyecto que apueste por «técnicas respetuosas con el medio ambiente y sean de bajo impacto ambiental». «No queremos cultivos que dejen el suelo en malas condiciones de uso y expriman el agua», aclaran.

Su sistema de invernaderos de cristal hunde sus raíces en el modelo de cultivo hidropónico, muy difundido en el sector según una secuencia que ellos mismos explican: «Una vez seleccionada la semilla, se inicia el proceso de germinación y trasplante al medio donde va a cultivarse. A partir de ahí quedan unos 11 meses de crecimiento y producción mediante un sistema de plantación en oblicuo que puede alcanzar hasta 15 metros de longitud». «La planta se va enrollando en un alambre guiada por un carrete, como el de una caña de pescar, y se descuelga para que la planta se acabe tumbando», añaden.

Se trata de una técnica inventada «hace unos 30 años», recuerdan, que se sigue en el invernadero convencional de plástico que Tomates Lis va a desplegar en los suyos de cristal: un dispositivo de 7 metros de altura «que deja espacio suficiente para que la planta crezca en un entorno más natural», al contrario del invernadero de plástico: «Siendo más pequeños, generaban más inconvenientes».

Su propuesta, además, dispone de otros atributos que garantizan su mayor valor añadido: «Traemos la máxima tecnología aplicada al terreno valenciano». Una técnica nacida en Países Bajos, país puntero en la tecnología aplicada a la agricultura, adaptada al terreno: «Queremos cultivar un producto singular y con identidad propia, tomate cherry de variedades muy selectas, de gran sabor y de acceso limitado. Aspiramos a vender lo más posible en la Comunitat para ser kilómetro cero, que no haya impacto en el transporte. Ya no tendrá sentido tener que importar este tipo de producto de otros países como Holanda». «También nos gustaría recuperar material vegetal autóctono, son un sello de Comunitat y no dañan nuestro entorno, porque, a diferencia del plástico, el cristal no genera residuos», dice la familia Lis.

El resultado de su proyecto consiste en «una estructura de producción limpia, porque el cristal es limpio, que tiene otras ventajas a largo plazo: su solidez permite la inclusión de innovaciones tecnológicas como la energía que asegura su rendimiento», añaden los Lis. «Confiamos en que no muy tarde existirán placas solares sobre los invernaderos que dejarán pasar la luz. En el cristal sí que lo podremos implantar, pero no así en el plástico». ¿Y las cifras? ¿Cómo se condensa esta experiencia en datos? En la empresa advierten de que los costes de producción exigen una inversión cuatro veces más cara que en el invernadero tradicional, «pero estamos convencidos de que los resultados valen la pena».

Lo notan en que «la producción está más controlada, gracias a una superior reducción de pesticidas y la implantación de técnicas naturales de aireación y ventilación, que reducen las enfermedades fúngicas del tomate». Unas condiciones que vinculan con su privilegiado emplazamiento, el enclave donde implantaron su proyecto allá por 1953 «Alicante nos garantiza un ambiente seco, con pluviometría muy baja. Por eso lo elegimos, por su proximidad al mar, un viento dominante de Levante que asegura una ventilación natural constante y una altitud también idónea, hacia la cota de los 180 metros».

Sus actuales once hectáreas se extenderán hasta las 25 en un plazo de dos años, según sus planes, que prevén construir también un almacén de envasado, junto a sus otras instalaciones (disponen de cinco hectáreas de invernaderos de plástico) para el cultivo (insisten) de un tipo de cherry muy especial: un tomatito «de gran sabor, piel final, un aroma muy especial… Son tomates complicados de producir, porque se rajan mucho», detallan, mientras recalcan que se trata de unas variedades «más valoradas fuera de España». De hecho, aunque su producto está al alcance del consumidor en algunos puntos de nuestro país, su mercado natural es el británico, destino de momento del 80% de una producción actual de 1.200 toneladas al año «que será de unas 3.000 toneladas cuando todo el proyecto se culmine».

Un modelo de producción asegurada por una plantilla en crecimiento formada en la actualidad por 120 personas, que cuenta con inversores externos que proporcionan «profesionalidad y velocidad de crucero» a su proyecto, que subraya su componente sostenible: en la gestión del agua, por ejemplo, «no desperdiciamos ni una gota». «Racionalizamos el consumo mediante sensores que garantizan que le llegue a cada planta el agua que necesita y además recogemos los lixiviados que luego filtramos, desinfectamos con lámparas ultravioletas para eliminar patógenos y cuando están neutralizadas todas la bacterias, los devolvemos al ciclo del agua».

Un proceso que se vale del caudal que asegura el canal de Villena, que no renuncia en el futuro a recurrir a desalinizadoras, aprovecha los beneficios de lo que llaman «fertilización inteligente» y depara un horizonte muy luminoso: un mar de cristal «de progreso limpio y sostenible», donde Tomates Lis opere como una empresa productora de energía limpia para la ciudadanía mediante placas solares superpuestas a sus invernaderos». «Aunque de momento somos un isla», concluyen Elena y Rafael Lis.